jueves, 23 de enero de 2020

Cómo cruzar la carretera - Capítulo 2

Había pasado semanas. Éramos veinte en clase. La tutora nos dijo que no podíamos dar las clases en nuestra aula porque están cambiando las mesas y poniendo ordenadores. Ibamos de clase en clase. En una de esas clases conocí a Nerea. Salimos juntas al recreo.

Nerea es una chica corriente. Tiene los ojos marrones y pelo rizo. Es delgada y de mi misma altura.  
Yo no sabía de qué hablar con ella. Había comido un bocadillo de tortilla de patatas. Estábamos en el patio delantero mirando al vacío, sin nada que decir. Sin nada que hacer.
- Hoy voy a ir a entrenar a un club de atletismo - dije yo con la intención de sacar una conversación.
- Yo no puedo hacer mucho ejercicio físico porque soy asmática.
Pasó toda la mañana conmigo. Hasta el final de las clases.
Durante toda la vuelta a casa estuve pensando en lo que había pasado. Había hecho una amiga. Eso es lo que quería desde hace cinco años. Sin embargo, yo no la conozco. No sé si nuestra amistad va a funcionar. No confío en nadie, y menos en chicas de mi edad.

Estábamos comiendo y mi hermano se levanto de la mesa para hacer la mochila para ir a entrenar a la piscina y al club. 
- Lucia, vamos a la piscina - me dice mi hermano al venir a la cocina.
- ¿Por qué tengo que ir? Tengo que estudiar.
- Lucia tienes que ir, te hace bien nadar. - dijo mi madre.
- No quiero ir. Tengo que estudiar.
- Vas a ir. Estudias más tarde. Vete a hacer la mochila.
- Pero...
- Pero nada. Vas porque lo digo yo. Vamos a hacer la mochila.
Yo no quiero ir a nadar ahora. Después de comer, me gusta acostarme en la cama y estar media hora descansando y después ponerme a estudiar. Si fueran a nadar a las siete de la tarde, yo iría encantada.
- ¿Dónde está el bañador? - me preguntó mi madre.
- Está ahí, creo.
- Aquí no está. ¡Has perdido el bañador! Jose vete a la piscina que tu hermana perdió el bañador.
- Hay gimnasio en la piscina- contestó Jose en un tono apenas audible.
-  Tienes razón.
- ¿Qué?
- Coge una maya de correr, una botella de agua y una toalla pequeña. ¡Vas al gimnasio!
Estaba nerviosa porque era el primer día. Tengo la cara de haber llorado. Sin embargo, a pesar del enfado y los nervios que tenía hace unos minutos ahora no puedo evitar ponerme roja por la timidez que tengo.

Lo ví entrar en el gimnasio acercándose a la mesa del monitor. No le quitaba el ojo de encima mientras avanzaba. Era guapísimo. Tenía la piel morena. Llevaba un pantalón de correr corto. Tenía las piernas depiladas. ¡Es increíble! Un chico que se depila. Dos segundos después, se percató de que había una chica nueva sentada en la silla estática. Se acercó a mí. Trajo una libreta en la mano izquierda y un bolígrafo en la derecha. Lo ví acercarse más y más hasta que llegó al lugar donde estaba. Y lo miré. Era guapísimo. Tenía un brillo, no sé como explicarlo. Ese chico no es como los demás. Es especial. Sus ojos tienen tienen un color azul verdosos parecidos a los de Maxi Iglesias. Parece más  joven de lo que es. Tan pronto lo miré, sentí que él era un ángel que estaba ahí para hacerme sonreír. Por eso en cuanto lo ví sonreí de oreja a oreja como cuando eras niño y estabas esperando que papanoel y los reyes magos te trajeran tus regalos. Sintiendo la magia de la navidad.
- ¿Cómo te llamas? - me preguntó al llegar.
- Lucia Casas Fernandez.
-  ¿Cuántos años tienes? 
- 18

El monitor estaba en su escritorio escribiendo en una hoja. Salí sin decir "chao" porque no lo quería molestar. Me giré para cerrar la puerta y lo ví. Él había levantado la cabeza para ver quién se iba. Lo normal era despedirse como habían hecho las personas que se fueron antes que yo. Levante la mano para despedirme y él hizo lo mismo. Levantó la mano y, lo importante para mí, sonrió. La sonrisa no fue de las mejores de las que he visto en toda mi vida por el simple hecho de que solo abrió la boca y enseñó sus dientes. Me gustan las verdaderas sonrisas. La verdadera sonrisa se expresa mediante todos los componentes de la cara. Con los ojos, la boca, las mejillas. Ni siquiera yo la tengo. Si la gente supiera que se esconde debajo de mi superficie, que secretos escondo, entenderían que mi sonrisa es una simple careta.

El libro que estaba leyendo no era muy bueno. Eran relatos en gallego. Lo escogí para leer porque estaba en casa y quiero leer todos los libros que tiene mi familia. En casa tengo más de 20 libros y algunos que he leído me parecen muy buenos. Este libro más o menos me gusta. Lo malo es que no entiendo algunas palabras. Hoy le pregunté a un compañero que significaban algunas palabras, y luego a mi madre. Pero acabé hartándome de preguntar porque eran demasiadas. Sé que es horrible. Soy gallega y no sé gallego. Es como si un inglés no supiera inglés.
- ¿Qué lees?- me preguntó el monitor.
No me había dado cuenta de que había bajado. Estaba subiendo las escaleras. Me levanté para enseñarle el libro.
- ¡No me gusta el gallego! - dijo con su suave voz y siguió subiendo las escaleras.
Me había fascinado la facilidad que tenía para hablar con alguien que acababa de conocer. Yo no soy capaz de hacerlo. 


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